Atejadi, la chica del café

A las 02:00 el tic-tac del despertador, dado por su difunto abuelo, sonaba regularmente en el silencio de la noche en el pueblo de Juma Raja. Todas las criaturas de la tierra eligieron entrar en el silencio de la noche, excepto Atejadi. Han pasado tres horas, esta chica recolectora de café ha cambiado de posición para dormir, pero no ha encontrado una noche de satisfacción. Tiene los ojos cerrados, pero su mente salta de un lugar a otro de vez en cuando: del aula de la Facultad de TI de la Universidad de Indonesia al espacio de trabajo en Maybank Slipi, del parque de la Universidad de Zúrich al parque botánico de Bogor, desde Starbucks en Central Park, Yakarta Occidental, hasta Filosofi Kopi en Jogjakarta. Estaba viendo una película del viaje de su vida que era discontinua y aparecía sin secuencia de guion.

Atejadi trató de concentrarse en respirar, “uno, dos, tres”, para poder entrar en la concentración antes de acostarse. Cada vez que tiene problemas para dormir, Atejadi siempre recuerda un mensaje de una amiga, Ina, una programadora y emprendedora que ahora vive en Ciudad del Cabo, Sudáfrica:

—Ate —así la llamaba su amiga—, duermes boca arriba en posición recta y tratas de escuchar el sonido de tu respiración. Cuenta “uno, dos, tres” cada vez que el proceso de respiración esté en progreso. Concentra tu mente en esa cuenta. Ten la seguridad de que dormirás.

Ese consejo siempre le funcionaba, pero esa noche Atejadi perdió los estribos y la conciencia.

—Ate, despierta hija mía. Vamos a los campos —Atejadi escuchó una llamada clara pero de una voz que ya no se podía escuchar.

Decidió cerrar los ojos, pero el bello de su cuello se erizó. La noche se volvió negra, fría e hizo que su corazón latiera con fuerza.

—Ate, despierta hija mía. Vamos a los campos.

La voz hizo que Atejadi perdiera por completo la conciencia de su propio cuerpo. El olor a café era fuerte en la habitación de tres metros cuadrados. El sonido del viento entró por la ventilación de la habitación. El olor a café húmedo inundó cada vez más su dormitorio. El miedo se convirtió en un anhelo de levantarse inmediatamente del sueño y seguir la invitación anterior. Entonces abrió lentamente los ojos. Ante su anhelo por los granos rojos de café, una sonrisa la saludó, la sonrisa que siempre le hace extrañar su hogar, la sonrisa de la boca que siempre le contaba cuentos antes de dormir cuando era niña… Fue esa sonrisa la que la introdujo a la sombra del café.

Atejadi devolvió la sonrisa. La felicidad brotó y se convirtió en un torrente de lágrimas. Sin darse cuenta, sus manos habían abrazado a su abuela, que estaba de pie al lado de la cama.

—¡Estás en casa, Bayang! —le dijo Atejadi a la anciana abuela, que vestía de blanco frente a ella.

Bayang es un apodo para una abuela que tiene el apellido Sebayang. En la sociedad Karo, a una abuela se la llama según su apellido.

—¡Vamos a los campos!

—¿Por qué, Abuela? —preguntó Atejadi mientras miraba su despertador como si no creyera la invitación.

—Vamos. Quiero mostrarte por qué el cafeto cerca de la cabaña no ha dando frutos hasta ahora. ¡Vamos!

Atejadi se levantó de su lecho nocturno y en un instante estuvieron ante la puerta principal de la casa. Salieron juntas. Ni un solo perro ladraba en el silencio de la noche. Atejadi se sintió flotar, como si no pisara. Y no sintió en absoluto el aire frío de las tierras montañosas de Karo, ni siquiera una ráfaga de viento tocó su cuerpo. Atejadi estaba en la tierra pero en un reino diferente. Solo las estrellas en el cielo de la aldea de Juma Raja eran testigos de dos niños humanos que cruzaban la naturaleza. La ley de la gravedad no funcionaba. Incluso, la distancia no importaba, porque en un abrir y cerrar de ojos Atejadi ya estaba frente a la cabaña.

—¡Mira este cafeto! —dijo la abuela mientras acercaba la mano de su nieta—. Nada hay diferente en este cafeto de otros cafetos, excepto que las ramas no dan fruto.

Atejadi recordó que hacía dos semanas, Reulina, su madre, había preparado un machete para talar el cafeto que aún no daba fruto, pero la fuerte lluvia la había desanimado.

La sombra que era el brazo de la abuela arrancó el árbol de la tierra como si arrancara flores de un jardín. El cafeto infructuoso, de dos metros de altura, fue levantado de sus raíces con mucha facilidad. La sombra, cuidadosamente, lo tendió a un lado. Bajo la luz de  la luna llena se podía ver que las raíces existentes estaban enredadas en bolsas de plástico. Atejadi se agachó rápidamente para observar más de cerca el plástico que formaba parte de las raíces del árbol y tiró, lentamente, para no dañar las raíces. Cada tirón, aunque cuidadoso, hacía vibrar al cafeto caído como si lo sacudieran violentamente. Cuando el plástico se desprendió por completo de las raíces, las hojas del cafeto, que se habían mantenido rectas, volvieron a su posición original.

Bayang levantó el árbol y lo puso de nuevo en el agujero de donde había sido arrancado. De inmediato, gradualmente y en todas las ramas, fueron apareciendo manchas y esferas blancas que se convirtieron en blancas flores de café. El aroma distintivo del café inundó la nariz de Atejadi, un aroma que le proporcionó paz mental, un aroma que le hizo querer cerrar los ojos por un momento e imaginar las flores convirtiéndose en cerezas rosadas. Pero se quedó paralizada, pues sus ojos apreciaron en la realidad, detalladamente, cómo en segundos las ramas florecían.

—Hija mía, dale siempre lo mejor a las raíces de nuestro cafeto.

Atejadi escuchó esa voz, suavemente, y cuando trató de asentir con la cabeza en la dirección del sonido, solo encontró el silencio de la noche. La abuela ya no estaba. Atejadi se encontró en medio de la plantación de cafetos, en medio del el olor a flores de café, bajo los millones de estrellas que brillaban en el cielo negro de la aldea de Juma Raja. Entonces volvió a cerrar los ojos, inhaló el aroma místico y permitió que la resonancia del último mensaje de Bayang anidara en su subconsciente: “Siempre dale lo mejor a las raíces del cafeto”.

 

Advent Tambun

(corrector de la versión español Alejandro Martinez)

Juma Raja, es un pueblo a 5 km de Berastagi, ciudad turística de la regencia Karo. En Juma Raja [yuma raya] se encuentra la única cooperativa de cafeteros en la región.

Check Also

El presidente Joko Widodo, junto con embajadores y representante del Banco Mundial participaron en la plantación de manglares

El presidente de Indonesia, Joko Widodo, junto con embajadores de países amigos y representantes del …

Tinggalkan Balasan

Alamat email Anda tidak akan dipublikasikan. Ruas yang wajib ditandai *