El sol estaba justo sobre mi cabeza, mi cuerpo estaba cubierto de sombras. Me encontraba de pie, a solas, frente a las lápidas de mi padre y mi madre en el cementerio católico de Marfati, Tangerang. Recité la oración del Padre Nuestro una vez y el Ave María tres veces, antes de dejar el lugar de descanso final de mis progenitores. Se han reunido en un amor que nunca se desvanecerá a través de los tiempos. Mamá se fue primero, dejando a papá, que la siguió después.
Cuando nací, hace 27 años, un viernes 22 de diciembre, a las 3:00 a.m., exactamente en el Día de la Madre, mi padre no podía sonreír feliz porque el equipo de médicos que me ayudó a respirar el aire del mundo tuvo que decidir si salvarme a mí o salvar a mi mamá. El cáncer de cuello uterino que la afectó y las consecuentes anomalías uterinas obligaron al equipo de médicos a apostar por la mesa de operaciones. La última persona en tomar esa decisión fue mi papá, quien finalmente eligió verme nacer en el mundo, pero a riesgo de que mi mamá se fuera para siempre. Siempre contaba esta historia cada vez que íbamos a la tumba de mi madre el 22 de diciembre, el día de mi cumpleaños. Papá encendía una vela, rezaba el Padre Nuestro una vez y terminaba con 3 veces el Ave María, luego me contaba sobre el incidente en la habitación del apartamento del Hospital Sari Asih, Tangerang.
Desde que cumplí 14 años, papá siempre ha repetido la historia. Nunca dije nada al escucharla, pero mis lágrimas caían justo encima del sepulcro de la madre que nunca conocí físicamente. Sabía cómo era por las fotos que se mostraban en el muro de la sala de estar de nuestra casa. Su sonrisa era tranquila, su cabello era largo, su rostro era claro y sus ojos eran brillantes. Estoy seguro de que, si hubiera vivido, mi felicidad se habría duplicado. Sin embargo, nunca la eché de menos.
Cuando era niño, nunca tuve celos de ver a mis amigos caminando con su papá y su mamá. Papá era, al mismo tiempo, también mi mamá. No me falta nada en la vida, ni siquiera sin ella.
“Tú eres el milagro”, dijo mi padre mientras celebrábamos mi cumpleaños número 15 ante la tumba de mi madre. Cuando le pregunté a qué se refería, él solo sonrió y respondió: “Un día sabrás lo que significa un milagro, más tarde, cuando te conviertas en padre”.
Mi padre, todavía era galante cuando decidió encontrarse con mi madre en el paraíso. Mis amigos de la oficina decían que era guapo y que debía haber alguna mujer que quisiera construir una vida amorosa con él.
A la edad de quince años, el período consecutivo se había convertido en parte de mi crecimiento físico, y la atracción por el sexo opuesto comenzó a aparecer. A veces me despertaba por la noche porque mis pantalones se mojaban de repente después de un sueño interesante.
El día de mi cumpleaños número 17, frente a la tumba de mi madre, le pregunté a mi padre por qué no buscaba otra madre que lo acompañara en su vida. Yo estaba seguro de que mi mamá estaría feliz, en el paraíso, al ver a su esposo, que le fue fiel durante muchos años, encontrar un nuevo amor en su vida. Pero él dijo: “Cuando te cases más tarde, entenderás por qué no encontré un reemplazo para tu madre”.
Ah, sí, mi madre se llama María Elizabeth y mi nombre es Mario Johanes. A los 20 años, frente a la tumba de mi madre, mi padre me explicó por qué me puso el nombre de Mario Johanes. Dijo: “Mario, te nombré exactamente igual que tu madre, María. Cada vez que digo tu nombre, también llamo a tu madre, María. Tú eres mi María. Mamá vive entre nosotros. Eres como tu mamá, tu sonrisa, tus ojos, tu cabello, todo. Cuando tu madre fue a ver al Padre, heredaste todo de ella. Rezo para que te conviertas en la nueva María en mi vida. Eres un milagro en mi vida, porque tu madre, que se ha ido, ahora vive en ti. ¡Cómo podría encontrar otra mamá en mi vida!”
Desde entonces he tenido un sentimiento especial por mi padre. Amaba y respetaba a Peter Dominicus, pero había otro sentimiento creciente: tenía miedo de perderlo.
Mis oraciones también crecieron. Si durante ese tiempo oré por el alma de mi difunta madre, entonces, desde los veinte años, le pedí a Dios que le diera a mi padre salud y una larga vida, hasta que yo pudiera darle un milagro, un nieto, por supuesto.
Pero antes de que eso sucediera, cuando yo contaba apenas con 25 años, mi padre partió, transmitiendo antes un mensaje inusual: “Mario, has crecido mucho. Es hora de que encuentres a tu compañera de vida. Papá ha sido tu compañero de vida todo este tiempo. Estoy feliz de haberte visto crecer. ¡Quiero ver a tu mamá!”.
Después de decir esa frase, papá me abrazó, me besó la frente por un rato. Podía sentir el agua fría fluyendo desde mi frente, bajando a todas las partes de mi cuerpo hasta los dedos de los pies. Mis ojos estaban cerrados y mi cuerpo se congeló. Sentí la tranquilidad de la playa. Mi cuerpo parecía flotar en la brisa del mar. Me sentí como si estuviera en medio de un colorido jardín de flores. Ni un solo sonido irrumpió en mis oídos. Solo el aroma de las flores de jazmín en mi nariz. Volé de la nada, a lo largo del mar, los bosques y las vastas extensiones de campos, disfrutando de la belleza de la noche estrellada.
Recobré el conocimiento solo cuando la encargada del funeral en el cementerio Marfati me dijo: “Hermano, ya va a llover, eh”, mientras me daba una palmadita en la espalda.
Cuando mis ojos se abrieron de sorpresa, después de recibir la palmada de la vieja mujer que custodiada la tumba, me di cuenta de que aún estaba en el mundo real. Todos mis sentidos funcionaban normalmente, no había estrellas nocturnas, no había playas y el aire se sentía caliente. Pero mi padre ya no me besaba y, por lo que pude ver, no había nadie más que la mujer. Recorrí la tumba con la mirada, en cada rincón. No había ninguna figura de papá. Se había ido a ver a mi madre, la mujer a la que había amado toda su vida. Fue a encontrarse con su verdadero amor y me dio la oportunidad de vivir mi vida y descubrir mis propias maravillas sin él.
La hierba verde de la tumba de mi madre se había convertido en un fragante manto de blancas flores de jazmín Y, justo sobre el sitio donde descansaba mamá, habían crecido dos rosas rojas. No sentí que había perdido a mi papá, al contrario, estaba feliz porque finalmente él había ido con mi mamá. Estoy seguro de que María y Peter, mi madre y mi padre, me acompañarán en el viaje de la vida antes de conocerlos.
En mi cumpleaños número 26, vine con Anastasia y le presenté a mi mamá. Cuando planté flores de jazmín mientras prometía casarme con Anastasia, vimos las dos rosas rojas justo sobre su fosa. Sé que mamá y papá han dado su bendición para llevar mi promesa de amor a Anastasia al altar santo. Recité una vez la oración del Padre Nuestro y tres veces el Ave María antes de despedirme, para dejar el lugar de descanso de mi madre y mi padre en el camposanto de Marfati. Me alejé de la tumba mientras sostenía con fuerza la mano de Anastasia, que sería mi María.
Hoy, a la edad de 27 años, estoy frente a las tumbas de mi mamá y mi papá. Después de sembrar las flores de jazmín blanco, recé una vez más la oración del Padre Nuestro y tres veces el Ave María, y pedí bendiciones para el viaje a la Universidad Católica San Antonio de Padua, Murcia, España, donde estudiaría la Maestría en Administración de Empresas. La beca del Ministerio de Deportes, donde trabajaba, fue mi mejor oportunidad y el regalo más bonito para Anastasia, porque al volver de España, tendremos una santa boda.
Dos rosas rojas del corazón emergieron del sepulcro de mamá y papá cuando hice la promesa de llevar a Anastasia el próximo año al altar sagrado, a mi regreso de mis estudios en España.
Advent Tambun, Tangerang, 23/12/2024
(PREPARACIÓN PARA EL FESTIVAL DEL CAFÉ KARO 2025)
Traducción al español: Alejandro Martínez Ramos.